Capítulo 1
Hace meses que la mala suerte la encontraba en cualquier rincón. Olivia creía haberse acostumbrado a ella y haber aceptado su eterna presencia en su vida, pero se había distraído un segundo y las consecuencias no podían ser más demoledoras.
—Por un segundo pensé que ibas a aceptar… —murmuró, derrotada, intentando no alzar la cabeza para no chocarse con la mirada de aquel hombre que tenía delante y que le había roto el corazón sin ser su pareja, sin ser absolutamente nada para ella.
Le puso la capucha al bolígrafo y juntó todos los folios que había esparcido por la mesa de la sala de reuniones formando un montoncito de sueños frustrados.
—Si no quieres aceptar el acuerdo, ¿por qué has venido? —preguntó a continuación sin mirarle—. ¿Acaso querías escuchar las condiciones del contrato y no te han gustado? ¿Quieres publicar tu próxima novela con otra editorial? ¿Es eso?
Se atrevió a no hablarle de usted a pesar de la formalidad de la situación porque tenían la misma edad. Lo que era un punto extra para intimidarla, puesto que ese atractivo hombre que tenía delante acababa de superar los treinta años y ya era un escritor de éxito con dos novelas situadas en los puestos más altos de las listas de ventas.
Las editoriales se peleaban por él y la de Olivia era una de ellas, lo que convertía a ese hombre, Leo Allen, en el enviado, el único salvador que podía haber terminado con su mala racha. Su puesto en la editorial pendía de un hilo, pero se resolvería con el acuerdo que él debía firmar para publicar su tercera novela con la editorial. De lo contrario, ella estaría en la calle.
—Creo que he sido claro: no voy a publicar ninguna novela más —contestó Leo. Su voz, excesivamente atrayente, saboteó el efecto demoledor de la frase que había pronunciado.
—Entonces, ¿por qué has acudido a esta reunión? Si no hay novela, ¿qué haces aquí?
No le hizo falta mirarle para saber que sonreía, como si hubiera escuchado los mecanismos de su cara alargando una sonrisa burlona que la hundió un poco más.
—Quería escuchar lo que tenías que decirme —contestó él de forma socarrona. Se burlaba y ella lo sabía, aunque desconocía el motivo para ese comportamiento.
—Al acudir a esta reunión me has hecho ilusiones —confesó, derrotada—. Creía que había conseguido citar al escritor más joven e influyente del panorama actual para fichar por nuestra editorial… Dios, ahora tendré que enfrentarme a mi jefe cuando le diga que sólo querías escuchar lo que tenía que decir y que ni eso ha funcionado para que firmes un contrato.
—No escribo —contestó Leo a su explicación—. No hay novela. No hay nada que publicar ni lo habrá nunca. Dile eso a tu jefe y no tendrás problemas.
Ella soltó un suspiro frustrado al escucharlo y, sin querer, alzó la mirada hasta toparse de lleno con los ojos azules de Leo. Hacía mucho tiempo que un rostro no la dejaba sin palabras, tan intimidada por el poder que irradiaban sus facciones masculinas como si estuvieran perfectamente esculpidas.
Entonces Olivia meneó la cabeza y se obligó a despertar del absurdo aturdimiento, como si ese escritor la pudiera convertir en un mosquito obcecado en cegarse y sentirse atraído por la luminosidad que él desprendía. Incluso aunque fuera el causante del destrozo que iba a sufrir su vida laboral.
—No te creo, Leo —pronunció con fuerza—. Si no estuvieras interesado o no te picara la curiosidad, no estarías aquí perdiendo el tiempo conmigo al escuchar las cláusulas de un contrato de publicación. Si no has terminado ninguna novela, podemos darte tiempo. Termínala cuando quieras.
Leo unió sus manos por delante de la mesa y ladeó la sonrisa. Aquella expresión jactanciosa la irritó de una forma insoportable y a la vez la intimidó aún más.
—Olivia —pronunció su nombre como un golpe seco, y rápidamente alcanzó su mano por encima de la mesa agarrándosela con la fuerza exacta para que ella no pudiera soltarse.
Se quedó muy quieta mientras él cogía su bolígrafo, le quitaba la capucha con los dientes y le escribía un montón de letras en la mano que le había atrapado.
—Es una dirección —explicó Leo—. Ven aquí esta noche y hablaremos de si escribo o no una novela.
El desconcierto inundó el rostro de Olivia, sonrojándolo, y él se percató enseguida, por lo que su irritante sonrisa se volvió más grande y le devolvió el bolígrafo acariciándole la palma de la mano.
—¿Es una… cita? —farfulló Olivia, sonrojándose un poco más.
—No —contestó él, tajante—. No es una cita. Habrá más personas. Verás cosas que no querrás ver y desearás largarte en cuanto pongas un pie en la dirección que te he escrito en la mano.
—¿De qué estás hablando?
—Ven y descúbrelo por ti misma.
Olivia dio la vuelta a su mano y miró la dirección escrita. La conocía o al menos le sonaba. Había escuchado muchas cosas de la casa asentada en esa dirección. Cosas que habían salido en las noticias miles de veces y que siempre le ponían la piel de gallina.
—Será una fiesta —volvió Leo a hablar—. Si tienes el valor de presentarte allí, tú y yo hablaremos de ese acuerdo ¿entendido?
Se levantó, rodeó la mesa y salió de la sala sin decir nada más, dejándola a ella absorta con su mano al sentir el ferviente deseo de frotarse la palma hasta borrar por completo aquella dirección.
Y, sin embargo, no lo hizo. No fue capaz de hacerlo ya que, al intentarlo, aparecieron los atractivos ojos azules de Leo fusionándose con la tinta escrita.
¿QUÉ DEBERÍA HACER OLIVIA?
Si tienes dudas o preguntas, escríbeme a valientemusa@gmail.com.
Un aporte muy interesante. Muchas gracias por la ilustración. Un cordial saludo.